Testaccio, el décimo rione (distrito) de Roma, es el corazón gastronómico de la ciudad. Esta área al lado del Tíber era el puerto de la antigua Roma, donde los botes descargaban sus enormes ánforas, cántaros de hasta 70 cm de altura, que contenían aceite de oliva de Andalucía y África. Al ser el barro poroso absorbía el aceite, por lo que no era posible reutilizarlas, así que se rompían en trozos y se tiraban al río. Fue el Emperador Augusto o el Emperador Trajano el primero que ordenó que las ánforas vacías se rompieran en dos y se apilaran metódicamente, con las bases en la parte inferior para aportar estabilidad. Se crearon gradualmente una serie de montones y se esparció cal y tierra sobre cada uno de ellos para evitar el hedor y las moscas. Los pájaros depositaron semillas y creció, poco a poco, la vegetación hasta formar el Monte Testaccio, la “octava colina” de Roma. Con el paso de los siglos se descubrió que las cavas sacadas de esta colina artificial tenían una temperatura constante de entre 7-10 °C gracias al aislamiento con terracota. El vino transportado en carretas desde Castelli Romani (un grupo de aldeas de las colinas al sudeste de Roma que producía vino) se almacenaba en estas cavas y cuando, tras la unificación de Italia, se situó un moderno matadero en la zona, surgieron numerosas tiendas de vino baratas y casas de comidas para alimentar a los trabajadores. Espacios amplios y tiendas de vino asequibles lo convirtieron en un sitio típico para celebraciones y fiestas entre los romanos.
Esta pequeña confitería ha sido parte del panorama de Testaccio desde hace muchos años, con un repertorio que siempre se perfecciona. Las gentes del lugar vienen a desayunar y disfrutar de sus ligerísimos cornetti, hechos con mantequilla en lugar de con la manteca de cerdo que se usa normalmente. Se sirven semplice o relleno de crema, mermelada o frutos secos. Su experto barista, Maurizio, rápidamente recuerda las manías de los clientes habituales y un fiel seguidor no puede afrontar el comienzo del día sin su dosis en el Barberini. Ahora hay una pequeña sala posterior y, aunque los precios son iguales si estás de pie o sentado, ningún romano elegirá estar en la sala posterior, la barra es el lugar para el primer café de la mañana.
Durante el día los pasteles son la principal atracción. Los favoritos son los minipasteles, que te permiten darte un gusto sin sentirte demasiado culpable. Cannoli sicilianos y cassata en miniatura se alinean con pequeñas tartas Sacher austriacas y propuestas para todos los gustos, aunque los triunfadores por encima de todos los demás son unos pequeños cuenquitos de chocolate llenos de delicioso tiramisú. La presentación es tan tentadora que la mayoría de los visitantes salen con una gran caja de pasteles; su nueva línea de deliciosos helados es igualmente adictiva.
Esta pequeña boutique abría en 2009 y rápidamente recibía un seguimiento fiel por parte de las gentes del lugar a las que les gusta cocinar con un surtido de especias, mientras los visitantes de todo el mundo, nostálgicos de los sabores de su tierra natal, vienen aquí en busca de ingredientes esenciales. Presentan 150 especias y muchas se venden por gramos, por lo que no tienes que comprar más de lo que necesites. Hay una buena selección de frutas deshidratadas y frutos secos, y tés para todos los gustos. Los productos proceden de todo el mundo, por ejemplo granos de pimienta de Sarawak, el estado malasio de la isla de Borneo. También se pueden encontrar artículos italianos más comunes como alcaparras y azafrán o legumbres y cereales que no han sido modificados genéticamente. Tienen un molino de piedra natural que se utiliza exclusivamente para moler harinas para personas que son intolerantes a otras harinas, incluida la de centeno, cebada, garbanzos, trigo sarraceno, kamut, castaña y espelta. También tienen cilantro, jengibre y pimientos verdes frescos. Es un gusto visitar esta luminosa y fascinante tienda con sus tentadores aromas y brillantes tarros, aunque también puedes realizar el pedido por correo, tienen un servicio muy eficiente.
Emilio y Claudio Volpetti abrieron su tienda en 1973, y rápidamente se convertía en la mejor salumeria del área, con su apetecible selección de prosciutti y salamis. Hoy en día es un auténtico templo de la gastronomía, venden lo mejor en cuanto a delicias gastronómicas. Estos hermanos son originarios de Norcia, en Umbría, una localidad conocida por su excelente carne de cerdo. Los Volpettis tienen la que probablemente sea la mejor selección de quesos italianos de Roma, y fueron los primeros en introducir el formaggio di fossa (“queso de foso” de la región de Emilia-Romaña) en la ciudad; Claudio va personalmente a Sogliano cuando se abre el foso bajo tierra el día de Santa Catalina (25 de noviembre) para realizar su selección. Los hermanos Volpetti son embajadores de los pequeños productores de toda Italia, y en sus estantes puedes encontrar aceite de oliva de Brisighella, vinagre balsámico del Consorzio de Tutela de este producto y, en Navidades, turrón con glaseado verde hecho con pistachos de Bronte, te abrumarán amablemente con sus pequeñas degustaciones. El mostrador presenta verduras cocinadas y platos ya preparados, y la Tavola Calda de sus vecinos una puerta más allá ofrece deliciosas pastas para llevar.